XII. Leo Pugna
««Adam: Tomar una decisión no es tan simple como lo quieres hacer ver».
«Noelle: Sólo usas los puntos importantes de cada opción y los comparas para ver cuál es la mejor. No es necesario tener en cuenta otros aspectos que son irrelevantes».
«Adam: ¿A qué te refieres con “irrelevantes”?»
«Noelle: Como debes saber, mis decisiones se basan exclusivamente en análisis y cálculos lógicos que me permiten alcanzar el resultado más útil según la necesidad. Por el contrario, ustedes los humanos se ven condicionados por sus sentimientos, originados ya sea por factores de su fuero interno o por la incidencia de otras personas, objetos o demás causas externas».
«Adam: Bueno, entonces teniendo claro eso, ¿qué crees que puede hacerse para que, aún con esas emociones, un humano pueda hacer menos conflictivo el hecho de tomar una decisión?»
«Noelle: Considero que es necesario mencionar algunos puntos relevantes para responder a tu pregunta, y así darte el mejor consejo posible. Lo primero es precisar que la toma de decisiones se ve condicionada por el miedo, que puede observarse en tres formas».
La calefacción del supermercado combatía la fría tarde que anunciaba la llegada del invierno, que, según los pronósticos, sería uno de los más fuertes de la última década. El distrito comercial estaba abarrotado de gente y ahí, entre el bullicio, la gran discusión seguía su curso.
«Noelle: El primero es el miedo a tomar una decisión que pueda considerarse “incorrecta” porque sus consecuencias podrían verse representadas en pérdidas; sea de dinero, objetos o personas, además de no obtener las cosas buenas que, se supone, traería el tomar una decisión diferente».
«Adam: Es un concepto bastante materialista».
«Noelle: Pero también es el temor más recurrente que se puede observar en ustedes».
«Adam: …»
«Noelle: Continúo. El segundo punto a mencionar tiene que ver con el miedo a cometer un error que afecte la imagen o valor ante otras personas. Esto significa que se le teme a elegir algo que los haga quedar mal ante los ojos ajenos, creyendo que la mala decisión puede hacer que sean señalados como indignos de recibir afecto, apoyo o cualquier otro aspecto emocional. A causa de esto, las personas pueden llegar a dejar de tener en cuenta las variables realmente importantes sólo por tomar una decisión que les otorgue la aprobación de los demás».
«Adam: Entiendo, aunque no deja de ser algo bastante superficial».
«Noelle: Si, realmente lo es. Pero bueno, dicho lo anterior, llegamos al tercer y último factor influyente, y el que realmente es más complejo de explicar, pues se basa en una necesidad que tienen ustedes de sentir que pueden controlar el futuro de sus acciones».
«Adam: ¿Eh? ¿Qué quieres decir?»
«Noelle: Este temor está relacionado con el miedo a tomar una decisión que los obligue a enfrentar una nueva e inesperada situación, o que simplemente esté por fuera de cualquier plan que se tenga. Eso los llevaría a evaluar, en un tiempo corto e insuficiente, todos los posibles imprevistos que pueden nacer al elegir algo, tomando desde los detalles más simples hasta las posibilidades más ilógicas y exageradas».
«Adam: Hmm… ya veo».
«Noelle: Cuando estos temores se combinan, llevan a la persona a cuestionarse al máximo cada decisión que debe tomar. En algunos casos, el hecho de preguntarse tanto qué podría suceder en caso de elegir X o Y opción, los conduce a un estado de confusión en el que intentan controlar los hechos venideros. Esto último es claramente imposible ya que no están al tanto de qué es lo que sucederá en el futuro, y por lo mismo no conocen la realidad del camino que tomarán».
«Adam: Y ya con todo eso expuesto, ¿cómo crees que se puede facilitar la toma de decisiones?»
«Noelle: Lo único que debe hacerse es tomar cada opción, estudiar las variables que contienen y elegir la que le dé mayor satisfacción a la necesidad que originó todo».
«Adam: Pero… ¿no es lo mismo que dijiste al inicio?»
«Noelle: Si».
«Adam: ¿No vas a decir nada diferente?»
«Noelle: No».
«Adam: Entonces, ¿dónde queda el “gran consejo” que ibas a darme?»
«Noelle: Acabo de decirlo».
«Adam: ¡¡¡Aaaahhh!!! ¡¿Qué sucede contigo?!»
«Noelle: ¿Qué esperabas? Te dije que todas mis decisiones se basan en un mismo patrón. No esperes que te de la solución a tu problema llamado “humanidad”».
Ahí estaba yo, de pie frente a uno de los estantes de comidas, teniendo la más extraña discusión que jamás hubiese imaginado, con una inteligencia artificial que parecía tomarme del pelo. La ofuscación se apoderaba lentamente de mi ser, hasta que una simple pregunta aclaró mi mente y me recordó cuál era el origen de tan vasta conversación.
«Noelle: Entonces, ¿aún no puedes decidir el sabor de tu cereal?» »
[…]
El gélido aire y la sed de sangre bailaban intensamente por todo el comedor, meciéndose al ritmo del infinito aleteo de las mariposas que rodeaban a la bella mujer de capa verde.
«Adam: ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo…» - se repetía en voz baja mientras seguía sin entender qué había sucedido para que ahora estuviera de nuevo rodeado de un inexplicable peligro.
La imagen que se dibujaba frente a sus ojos sería el preludio de un violento e irreal choque. Mientras Miria seguía bloqueando la salida, Elvashak rodeaba lentamente al grupo, hasta que llegó junto a su subordinada, a la vez que custodiaba junto a ella la retaguardia. Frente a ellas estaba Alzir, al mismo tiempo que Mekb cubría el frente, observando con atención cualquier movimiento ofensivo que pudiese realizar Alhena.
«Alzir: No te dejes llevar por las provocaciones de Alhena» - le dijo a su compañero en voz baja.
«Mekb: Tranquilo, anciano. No olvides quien soy» - respondió mientras desenvainaba una pequeña daga que llevaba en su espalda - «Que el frío del corazón de Nemea amaine la desdicha de su estancia en el infierno» - en un instante, la corta hoja de metal fue recubierta por una capa de hielo, formando un largo estoque que se asemejaba a un gran carámbano - «¡¡Garra cerrada: Mekbuda!!»
«Alhena: Ohhh, el perro faldero se ha puesto en guardia» - dijo con tono de burla - «¿Planeas defenderte con una sola de tus garras? Eres bastante confiado…»
«Mekb: ¡No vale la pena usar ambos regalos de mi señora en alguien como tú!» - gritó antes de lanzarse de frente contra su antigua compañera.
La velocidad inhumana con la que Mekb se movió hizo que fuera imposible para Adam seguir el ritmo de sus pasos. Sin embargo, el resultado de ese movimiento no fue el esperado. Con un suave movimiento de su blanca y delgada mano, Alhena había roto la larga espada del paladín, dejando la gran punta de hielo girando en el aire. Mekb reaccionó de inmediato, y con un ágil salto se alejó de su enemiga y levantó su estoque apuntando a la gélida pieza para redirigir un nuevo ataque.
«Mekb: Variable cefeida: Ankathia».
El témpano se partió en un centenar de espinas que cayeron con una velocidad abrumadora. Su impacto causó un fuerte estallido al tiempo que se levantaba una gran nube de vapor y polvo que anunciaba un destructivo y letal golpe.
«Mekb: ¡Bien! Fue más simple de lo que esperaba» – dijo animado mientras se daba vuelta para enfocar su mirada en las dos enemigas restantes - «Ya sólo quedan ust-» - sus palabras fueron interrumpidas por el ruido de pequeños cristales que caían al suelo. El paladín se dio vuelta de inmediato para ver lo que se vislumbraba tras el frío humo que lentamente se disipaba.
Un extraño y brillante capullo de vidrio se sostenía en aquel lugar, y en él se podían ver incrustadas todas las espinas de hielo que había lanzado antes. Lentamente el armazón empezó a partirse por la mitad, y los dos grandes trozos de cristal cayeron y se rompieron en incontables piezas que se esparcieron sobre el suelo.
«Alhena: Uh, eres un cachorro muy débil. No sé cómo es que Pólux te nombró su Primer Caballero» - dijo entre risas mientras miraba a Mekb, quien no podía contener su expresión de sorpresa al ver que la sacerdotisa estaba intacta y sin ninguna señal de haber sido alcanzada por su poderosa técnica.
Los pequeños vidrios a su alrededor empezaron a flotar y a girar en torno a Alhena, y lentamente empezaron a tomar la forma de sus pequeñas mariposas que aleteaban, esparciendo el brillante polvo de hielo y cristal que empezaba a cubrir el lugar.
«Alhena: ¿Qué tan iluso puedes llegar a ser para creer que algo tan simple podía acabar conmigo? Como se ve que has sido tan egocéntrico que ni siquiera conoces el nivel de tus “compañeros”…».
Un nuevo choque estremeció el comedor y llenó de terror a Adam. En un parpadeo, Alhena había acortado la distancia que había entre ella y Mekb, quien sin poder reaccionar miraba cómo aquella mujer apuntaba hacia él con su báculo, que ahora tenía la forma de una larga espada de cristal cuya hoja se pintaba de un reluciente tono verde, como si fuera la más pura de las esmeraldas. Sin embargo, antes de que esa letal y hermosa arma se clavara en el pecho del caballero, Alzir se interpuso con un fuerte golpe de su cetro, logrando detener el mortal ataque.
«Alhena: Uh… te mueves rápido para ser tan viejo, aunque parece que te cuesta mucho hacerlo».
«Alzir: No creo que debas subestimar a tus antiguos camaradas» - respondió con la voz entrecortada por su agitada respiración, producto del esfuerzo que le implicó el veloz movimiento que acababa de hacer.
«Alhena: Sólo mírate, te esfuerzas por respirar» - le dijo entre risas mientras daba un salto hacia atrás y tomaba distancia.
«Alzir: Los años son sabios pero pesados, joven Alhena».
«???: No pareces muy sabio si descuidas lo importante» - se escuchó tras el viejo mago - «¡Ahora, Miria, toma a esos niños y vámonos!»
«Miria: S-Si, señora» - respondió con timidez.
La mujer se abalanzó con rapidez sobre los chicos, mientras conjuraba un oscuro portal similar al que habían utilizado para escapar en la anterior batalla. En ese instante, Adam reaccionó y se puso de pie con los brazos abiertos para hacerle frente y proteger a sus compañeros, aun sabiendo la superioridad del poder enemigo. Se sostuvo con seguridad y cerró los ojos aguardando el impacto, pero lo que sintió fue totalmente inesperado.
«Elvashak: ¡¡¡MIRIAAAA!!!»
El desgarrador grito sumado al líquido viscoso que había caído sobre su rostro hizo que Adam abriera sus ojos, pero una rojiza oscuridad no le permitía ver con claridad lo sucedido. Lentamente limpió su visión, y antes de mirar de nuevo, sintió un suave toque en el pecho. Abrió sus ojos y pudo ver cómo sobre él se apoyaba la inerte mirada de aquella mujer de cabello negro… o lo que quedaba de ella.
La sorpresa pronto se convirtió en asombro al ver que el cuerpo de Miria había sido cortado en sentido sagital, y todo el lado izquierdo estaba cercenado y esparcido por el suelo a causa de un preciso impacto. Su lado derecho seguía intacto, y el corte que había separado ambas partes era limpio y perfecto. Con temor la apartó de su pecho y cayó al suelo horrorizado para luego arrastrarse y tratar de acercarse a sus compañeros.
«Alzir: Los jóvenes tienden a ser demasiado imprudentes, y por eso pasan este tipo de cosas» - le dijo a Alhena - «No soy muy partidario de la violencia, pero debo proteger a esos niños de cualquier peligro, aunque eso implique recurrir un poco a la fuerza».
«Alhena: Oye, oye, ¿qué fue eso?» – preguntó desconcertada - «¿Acaso conjuraste un Canto?»
«Alzir: No, joven Alhena. Lo anterior no fue algo tan sofistic-»
«Mekb: ¡¡Viejo, cuidado!!» - gritó antes de saltar hacia Alzir para tratar de escudar el violento y veloz ataque que se dirigía sorpresivamente hacia el hechicero.
Usando su espada corta y su firme cuerpo como soporte, el paladín intentó contener el impacto de aquél puñetazo cargado de odio, pero la fuerza de Elvashak fue superior y los mandó a volar hasta estrellarse contra la pared, haciendo una grieta en el robusto mármol.
«Elvashak: Este lugar me quitó todo… y ahora sólo quiero acabarlo» – susurró entre lágrimas mientras se deshacía de su hoz y su kukri.
Las mariposas de Alhena se abalanzaron sobre la chica de cabello naranja y formaron unas hermosas cadenas de cristal que se clavaron al suelo y sujetaron sus piernas y brazos.
«Alhena: Oye. Lyncida, contróla-»
«Elvashak: ¡¡Acabar con todo te incluye, monja, porque no va a quedar rastro de lo que aquí existe!!» - gritó enfurecida con una voz que se desgarraba y adquiría el tono del rugido de una bestia.
«Alhena: Ohh…» - una sonrisa retadora se dibujó en su rostro, haciendo entender que tenía claro lo que estaba por suceder - «Pero antes de venir por mí, deberías acabar con ese par, ¿no crees? Yo puedo esperarte paciente…»
La enfurecida Elvashak volteó a ver el lugar que señalaba Alhena con su delgado dedo índice, para ver cómo Alzir y Mekb se levantaban y se reponían del impacto sufrido antes. El paladín había absorbido gran parte del daño, lo que se podía ver en su pechera agujerada que permitía ver una mancha de sangre en su torso. Al igual que Alzir, Mekb tenía varios raspones y cortes, pero el viejo mago había logrado conjurar una burbuja de aire que logró mitigar la mayoría de los efectos del golpe contra la pared. Aun así se les podía ver heridos, pero nada que les impidiera continuar con la cruenta batalla.
«Elvashak: ¡¡Ese maldito anciano!!» - gritó de nuevo - «¡¡Voy a despedazarlo lentamente… voy a- voy a- voy-» - su respiración se agitaba y entre cada exhalación se asomaba un salvaje gruñido.
«Alhena: Me gusta mucho esto…» - susurró. Su sonrisa se había tornado algo macabra, dejando al descubierto su deseo de violencia y sangre que nacía de ver el estado de la última de las lyncidas, quien por un instante se quedó en silencio, como si el tiempo se hubiera congelado para ella.
Una expresión serena se adueñó del rostro de la chica de cabello naranja, que contrastaba totalmente con la actitud que tenía hasta hace un momento. Sus rivales la observaban con cautela, al tiempo que Adam seguía atemorizado con lo que sucedía, pero sus pensamientos se estancaron luego del estremecedor y aturdidor rugido que emitió Elvashak.
«Elvashak: ¡¡Primer canto animal: Therion!!» - sus pupilas se alargaron y lentamente se agachó hasta quedar apoyada en sus cuatro extremidades, similar a la postura de una bestia, al tiempo que su respiración se hacía brusca y profunda de nuevo. Su piel empezó a fragmentarse y caer por partes para darle espacio a un brillante pelaje amarillo que se asomaba en algunas partes de sus brazos y torso, mientras que sus colmillos se alargaban y sus uñas crecían hasta tomar la forma de unas grandes garras que combinaban a la perfección con una salvaje expresión que mostraba el fuerte deseo de destrozar a sus enemigos - «¡¡Vamos, quítame estas cadenas, estúpida bruja!!» - dijo mientras intentaba arrancar sus ataduras.
«Alhena: Ahh, la maravillosa Niña León se desata ante mis ojos» - dijo extasiada - «Creo que le daré un pequeño impulso».
La sacerdotisa se acercó a la feroz mujer, y con una fría calma puso su mano sobre el frondoso cabello naranja, mientras Elvashak miraba en silencio sin entender qué sucedía. La pálida mano de Alhena empezó a irradiar una tenue luz roja, y de sus ojos cayeron pequeñas lágrimas de sangre que mancharon sus labios.
«Alhena: Cuarto canto del alma: Belladona» - dijo en voz baja antes de darle un suave beso en la frente. Luego de un par de segundos se alejó a toda velocidad, y la rojiza marca que quedó en el rostro de la lyncida brilló con intensidad y desapareció por completo.
En ese instante, el cuerpo de Elvashak se hizo más grande y sus músculos se marcaron denotando una extrema fuerza física. La mujer que hasta hace un momento era consciente de todo, ahora sólo era una masa de poder descontrolada cuyo único objetivo era aplastar a Mekb y Alzir.
«Mekb: ¿Qué diablos es eso?» - preguntó exaltado.
«Alzir: Esto, joven caballero, es uno de los cantos más violentos y peligrosos que existen».
«Mekb: ¡¡Eso ya lo veo, es una bestia salvaje!!»
«Alzir: No, no es eso. El primer canto animal es una técnica poderosa que le otorga a su usuario algunos rasgos y habilidades de un animal, sin perder la cordura del ser humano… pero lo que hizo Alhena es el verdadero problema»
«Mekb: ¿Qué fue lo que hizo exactamente?»
«Alzir: Belladona, uno de los temidos cantos del alma que convierte al afectado en un ser carente de lógica cuyo único pensamiento es destruir y arrasar con todo a su paso con tal de lograr el objetivo que tenía en mente antes de caer bajo el efecto de dicha técnica» - le respondió - «¿Has escuchado hablar del “Sacrificio de Heracles”? Pues ese canto fue el secreto de la victoria de Algethi y Korneos, los líderes de esa facción».
«Mekb: El espíritu Berserker…» - susurró nervioso.
Antes de siquiera poder notarlo, aquella bestia había hecho añicos las cadenas de cristal, y con un largo salto alcanzó a Mekb y Alzir, que por muy poco lograron evadir el ataque que dejó un gran cráter en el suelo.
«Mekb: ¡¡Debemos escapar!!»
«Alzir: Podríamos hacerlo, joven Mekb, pero no podemos dejar atrás a los niños… Ya ves que no están en condiciones de seguirnos, y en su estado actual la lyncida y Alhena nos acabarían en un segundo si intentamos cargar con ellos» - el viejo mago dejó de esquivar los ataques y se detuvo frente a la salvaje mirada de Elvashak - «Lo que nos queda por hacer es pelear…»
«Mekb: ¡Bien! Si he de morir aquí, al menos me divertiré en el proceso» - dijo luego de llenarse de valor al ver la actitud del mago.
El paladín llevó sus manos hacia atrás para tomar de nuevo su corta daga. Era curioso ver cómo, a diferencia de lo que suele ver, las fundas de sus espadas estaban invertidas, y las empuñaduras de éstas sobresalían en la parte baja de su espalda.
«Mekb: Vamos, Mekbuda» - de nuevo la hoja se transformó en un largo estoque de hielo, que esta vez era más largo que el anterior - «Ahora cúbreme un segundo, viejo. Debo preparar algo».
Tomó la espada de hielo con su mano izquierda, y la derecha se la llevo de nuevo a su espalda, esta vez para desenfundar una espada larga de doble filo cuya hoja se veía bastante opaca y deteriorada. Levantó su brazo y apuntó hacia arriba con su arma, para luego cerrar sus ojos.
«Alhena: Oye, lyncida, no es buena idea dejar que el chico termine de prepararse» - le gritó a Elvashak. Aunque la sacerdotisa conocía lo que iba a suceder, no intervino en lo absoluto, pues su deseo sólo era observar lo que para ella era un espectáculo.
De inmediato su bestial mirada se dirigió hacia Mekb, y con su monstruosa velocidad se encaminó para darle un contundente golpe.
«Alzir: ¡¡Variable eólica: Varýtita!!» - desde la distancia logró conjurar una ráfaga de aire que golpeó desde arriba a aquella mujer, quien quedó clavada al piso e hincada sobre sus rodillas.
«Alhena: Ohh, aumentar el peso de un cuerpo gracias a la presión del aire» - dijo sorprendida - «Parece que traes muchos trucos guardados».
«Alzir: Te sorprenderías de las cosas que puedo hacer» - respondió en tono burlón.
«Alhena: ¡Ja! Igual presta atención al frente, no creo que lo que hiciste te sirva de a mucho».
Con algo de dificultad, Elvashak se levantaba para retomar su postura cuadrúpeda y reiniciar su ataque, venciendo lentamente la carga de aire que sobre ella recaía.
«Alzir: ¡¿Te falta mucho?!» - le gritó a Mekb, sin obtener respuesta alguna - «Bueno, tendré que seguirlo cuidando».
Un gran rugido sacudió el salón, que le dio paso a una fuerte ráfaga de viento que salía del cuerpo de la bestial mujer, logrando con esto romper la técnica inmovilizadora de Alzir.
«Alhena: Te lo dije» - comentó entre risas.
El viejo hechicero respiró profundamente y con ambas manos sostuvo su báculo. El cristal rojo que se albergaba en la parte superior de éste empezó a brillar. Un intenso temblor sacudió el lugar, y frente al mago se empezó a abrir una grieta de la que empezó a brotar una gran cantidad de barro.
«Alzir: Variable terra: Homer Gélem».
Rápidamente el hechicero tomó uno de los cristales de su bolsa y lo lanzó al interior del montículo de tierra que estaba frente a él. Alrededor de ella se levantó una gran figura humanoide sin rostro.
«Alhena: ¿El Gólem de tierra? Hmm qué extraño, creí que el viejo sólo manejaba el viento» - pensó.
«Alzir: ¡Vamos, gran compañero! Hora de controlar a la bestia» - le ordenó.
De inmediato, aquel ser corrió hacia la chica y le lanzó un fuerte golpe que la impactó en su rostro, haciendo que cayera y se arrastrara por un par de metros. En unos segundos, Elvashak se levantó y luego de una corta sacudida emitió de nuevo un poderoso rugido. Durante el corto tiempo que duró aquel ruido, su cuerpo sufrió otros cambios. Su cabellera naranja se extendió hasta formar una frondosa melena que cubría su ancha espalda, similar a la de un león, y las garras de sus manos ahora eran afiladas y largas hojas plateadas.
La suave pero profunda sensación de frío acompañaba la estruendosa e irreal pelea que Adam observaba a la distancia. Aún cubierto por la sangre de Miria, el joven químico seguía sumido en el caos mientras su mente se esforzaba al máximo para darle un poco de calma y así tener la oportunidad de asimilar la situación y pensar en alguna forma de salir ileso de aquella tormenta de violencia que se había desatado. Sin embargo, todo el miedo y la angustia por lo que ocurría no lo dejaban tranquilo, hasta que el suave toque de una mano absorbió toda su atención.
«???: S-Silver…» - le dijo una somnolienta y dulce voz.
«Adam: ¡Sarah!»
Al voltear a verla, notó que todos sus compañeros estaban empezando a despertar, pero aún era notorio el aturdimiento en sus rostros. Ver el mal estado de sus amigos despertó en él la necesidad de protegerlos como fuera, pero antes de siquiera pensar en algo, una gran sombra los cubrió. Adam levantó su mirada para saber de dónde provenía esto y así pudo ver cómo un extraño objeto estaba por caer sobre ellos. Justo antes de que impactara, su trayectoria fue desviada por una fuerte corriente de aire enviada por Alzir.
Aquel trozo de tierra había sido uno de los brazos del gólem que acababa de recibir un fuerte golpe de su bestial contrincante. La mujer había desplegado sus garras plateadas con las que ahora exhibía una marcada superioridad frente a la figura de barro que hasta hace unos instantes lograba contener sus ataques, pero que ahora yacía en el suelo incapaz de moverse, y con la mitad de su integridad hecha trizas.
Con un rápido movimiento, Elvashak se abalanzó al pecho del gólem y empezó a cavar en él hasta llegar a la gema rojiza con la que Alzir le había dado vida. Tomó la joya con sus fauces, y con una fuerte mordida la partió en pequeños trozos que luego escupió. En ese instante, todo el cuerpo del humanoide se deshizo, convirtiéndose en un montículo de tierra que lentamente empezó a ser absorbido por el suelo.
Cuando todo rastro de barro desapareció, la lyncida fijó su mirada en Mekb, quien seguía en su misteriosa postura. Queriendo aprovechar su estado de indefensión, corrió a toda velocidad para tomar el mayor impulso posible, y levantando su garra derecha se preparó para despedazar al paladín sin misericordia alguna. Alzir se había alejado demasiado para proteger a los chicos, y sabía que no podría igualar la velocidad de Elvashak. El temor se deslizó sobre su pecho mientras observaba lo que estaba por suceder, pero antes de siquiera poder pensar algo, un gran impacto sacudió todo el recinto.
Un fuerte rugido y la onda de aquel choque retumbaron con tanta intensidad que parecía que estuvieran en medio de un terremoto que levantó una espesa nube de polvo y escarcha de nieve.
«Alhena: Ohh… maravilloso» - fue lo único que se escuchó.
Alzir observaba con nerviosismo el epicentro de todo esto, y poco a poco pudo notar un extraño brillo rojizo que se veía con más intensidad a medida que se dispersaba la cortina de humo.
«Alzir: ¡¡Mekb!!»
La escena había sido el resultado del violento encuentro entre las garras de Elvashak y las dos espadas del paladín. Sin embargo, se podía ver cómo la opaca y larga espada que sostenía en su mano derecha ahora emitía un intermitente brillo que variaba entre un tono rojizo y naranja.
«Alhena: Parece que el perro faldero ahora sí va en serio» - le dijo a Mekb.
«Mekb: N-» - su respuesta fue cortada por la arremetida de Elvashak, que ahora empujaba con sus dos manos, haciendo que el caballero se hincara sobre su rodilla izquierda.
La lyncida lo presionaba cada vez más, doblegando la fuerza con la que Mekb intentaba defenderse, pero cuando ella ya se preparaba para dar un golpe definitivo, la espada larga del paladín brilló con más intensidad.
«Mekb: ¡Variable cefeida: Farangi!» - una fuerte explosión empujó a Elvashak alejándola unos metros. El caballero aprovechó la distancia para respirar y sacudir sus manos, liberando la tensión producida por el desgaste de chocar armas con la poderosa bestia.
Su mano izquierda sujetaba con firmeza a Mekbuda, su estoque de hielo, y con la mano derecha sostenía su espada larga para apuntarla hacia el frente.
«Mekb: Que la luz del espíritu de Nemea guíe en su muerte a quien sólo tuvo oscuridad en su vida…» - desde la empuñadura surgió una ola de fuego que cubrió por completo su arma, y en un instante aquella oxidada hoja fue rodeada por una violenta llama que adoptó la forma de una gran espada claymore - «¡¡Garra abierta: Mebsuta!!»
La enfurecida mujer se lanzó de nuevo contra el paladín. Sus garras se habían hecho más brillantes y fuertes, pero Mekb ahora era capaz de igualar su poder de ataque y responder a la velocidad con la que intentaba golpearlo, por lo que la pelea se había nivelado de nuevo. La secuencia de choques entre sus armas era tan rápida que su ruido se asemejaba al de una tormentosa lluvia, y los impactos entre ambos arrojaban al aire pequeñas partículas blancas que luego de un momento los cubrieron como si estuviese nevando a su alrededor.
Luego de varios instantes, empezaron a notarse los efectos de la batalla sobre la integridad del caballero, mostrando que un combate cuerpo a cuerpo sería desventajoso para él entre más tiempo pasara. Su armadura había sufrido los efectos de esto y se agrietaba con cada movimiento, hasta el punto de perder la capa y otras piezas que dejaban desprotegidos sus brazos, en los que se hacían visibles varias heridas.
La dificultad de Mekb para resistir la violenta arremetida de Elvashak abrió una brecha que la lyncida no desaprovechó, y logró conectarle una fuerte patada que mandó a volar el brillante casco del paladín, exhibiendo así su desconocido rostro. Sus finos rasgos se veían mancillados por la intensa pelea, y su piel tan blanca como la nieve estaba adornada con pequeñas líneas de sangre, al igual que su desordenado cabello gris. Su mirada desorientada portaba rasgos distintivos, pues su ojo izquierdo era azul como el océano, mientras que su ojo derecho poseía el rojizo brillo del fuego. El caballero se recuperó poco a poco para fijarse de nuevo en la chica que empezaba a ser superior.
Sin embargo, no todo había sido tan simple para ella, pues aunque había logrado mantener el encuentro en un escenario favorable para su estilo de pelea, no había estado exenta de recibir algunos cortes de hielo y quemaduras que empezaron a desgastar su cuerpo y ralentizar sus violentos movimientos.
«Alzir: Debo ayud-» - su impulso por intervenir fue interrumpido por el reflejo esmeralda de la bella espada de Alhena, que a una velocidad imperceptible se había ubicado a la espalda del mago, y ahora posaba su filo sobre su envejecido cuello.
«Alhena: Tranquilo, anciano. No apresures tu llegada al inframundo, y mejor disfruta del espectáculo…» - le susurró - «Tómalo como un regalo de despedida».
Sin opción alguna, Alzir se resignó a sólo observar la batalla, al tiempo que se mantenía alerta para proteger a los cinco chicos que estaban a su espalda.
Mekb aprovechó la corta pausa de Elvashak y tomó la distancia necesaria para respirar un poco y preparar su siguiente movimiento.
«Mekb: No te preocupes, viejo» - le dijo a Alzir - «Yo puedo con e-» - el intenso rugido que cortó sus palabras anunciaba la embestida que Elvashak preparaba.
La mujer tomó su postura cuadrúpeda e inició su violenta arremetida. Mekb le lanzó algunas espinas de hielo pero ella las esquivó con facilidad y continuó su carrera corriendo sobre la pared, como si la gravedad no tuviese efecto sobre ella. El paladín evadió sus ataques por todo el salón mientras intentaba mantener la distancia, y cuando logró estabilizarse por un tropiezo de su contrincante, se detuvo y clavó su espada de fuego en el piso, en el momento justo en que Elvashak saltó hacia él con sus garras listas para acabarlo.
«Mekb: ¡¡Variable infernal: Vroc-Ifaist!!» - el pomo y la empuñadura de la espada Mebsuta empezó a calentarse hasta estar al rojo vivo, quemando lentamente la mano derecha del paladín. Al mismo tiempo, frente a él alumbraron cinco puntos en el blanco mármol del suelo, y en un segundo se levantaron unas brillantes cadenas que ardían intensamente en un fuego naranja, apuntando a la integridad de la lyncida, quien al estar en el aire no tenía forma de evitar el impacto. Pero de manera inesperada y con una agilidad bestial, logró contorsionar su cuerpo para escapar de aquel ataque mortal, aunque no fue suficiente para evitar que uno de los lazos de hierro sujetara su mano izquierda, cercenándola y calcinándola al instante.
Elvashak pasó de largo y cayó con fuerza al no tener el apoyo que le proveían sus extremidades completas, quedando tendida en el suelo gruñendo y respirando con fuerza por el dolor.
«Alhena: Es bastante hábil el chico» - le dijo a Alzir.
«Alzir: Si… aunque no fue una buena idea».
«Alhena: Uhm, ¿por qué lo dices?»
«Alzir: Sólo observa…»
Para poder conjurar esa letal técnica, Mekb tuvo que sostener su ardiente espada, lo que hirió gravemente su mano, hasta el punto de deshacer la piel y dejar visible el músculo que sufrió complejas quemaduras, dejando inútil esa parte de su cuerpo.
«Alzir: El joven paladín intentó concluir la batalla con ese movimiento, pero su ejecución implicaba pagar un alto precio que ahora se ha vuelto una desventaja, pues no tuvo el resultado que esperaba» - añadió con preocupación.
El caballero soltó su espada que quedó incrustada en el piso, y la gran llama que la cubría lentamente se fue apagando, dejando sólo el rastro de cenizas. Al otro lado, Elvashak rugía mientras se ponía de pie una vez más. La sangre que caía de su amputado brazo cesó, mientras que su cuerpo sufría una nueva transformación. Su rostro ya no albergaba rastro de los rudos y bellos rasgos de aquella mujer, y ahora había adquirido la apariencia de un león en su totalidad.
«Alhena: Eso no debería pasar…»
«Alzir: Así es, joven Alhena. Los cantos son técnicas muy poderosas que requieren un alto nivel de habilidad, ya que pueden volverse en contra de su usuario si no tienes la fuerza física o mental requerida para mantenerlos bajo control» - comentó - «En este caso, la joven lyncida sufrió el impacto del Canto del Alma que aplicaste sobre ella antes, y al dejarse llevar por su odio ahora no es más que una bestia que perdió cualquier rastro de humanidad».
«Alhena: Pensé que era más fuerte…» - contestó decepcionada.
Apoyándose en su estoque de hielo Mekb se levantó, al tiempo que lo hacía Elvashak. La tensión y frialdad que cubrió el lugar en ese instante anunciaban la llegada del final. El instinto de la bestia y la razón del caballero coincidían en su objetivo: definir todo en un último ataque.
Las afiladas garras de la mano derecha de Elvashak se cubrieron con unas intensas llamas negras, y acompañadas del más fuerte de los rugidos, la mujer se abalanzó sobre Mekb, quien la esperaba con su estoque de hielo apuntando hacia el frente.
«Mekb: Viejo, cubre a mi señora y a los niños…»
De inmediato Alzir conjuró un gran muro de tierra que cubrió a Pólux, al tiempo que levantaba otra gran pared para proteger a los chicos, que ya despiertos, observaban asombrados todo lo ocurrido hasta ahora. En ese mismo instante, Alhena se cubrió con sus mariposas que formaron rápidamente un gran capullo de cristal transparente, pues no quería perderse ningún detalle de lo que estaba por suceder.
El silencio abrazó el lugar por un instante, y las respiraciones se detuvieron a la espera del encuentro final…
«Elvashak: ¡¡¡GRRRRUAAAAHHHH!!!»
«Mekb: Cuarto canto glacial: Wise» - susurró.
Una fuerte onda expansiva se sostuvo por varios segundos, y su fuerza fue tal que el cascarón de cristal de Alhena se agrietó en algunas partes, al igual que los robustos muros de tierra de Alzir. Una espesa nube de humo se levantó, y el ambiente se cubrió por una intensa corriente de aire frío. Tanto el mago como la sacerdotisa retiraron sus cubiertas para poder ver lo que había sucedido, y luego de varios segundos, la cortina de vapor se disipó, permitiendo observar una bella escena.
La gran leona, con su mano cubierta por el oscuro fuego de su ataque yacía totalmente congelada y suspendida en el aire, al tiempo que sus afiladas garras acariciaban el rostro del caballero, dejándole una extensa herida que demarcaba el camino que sus cuatro zarpas habían recorrido sobre el ojo y el pómulo derecho. A la par de lo anterior, se podía ver cómo el congelado caballero había logrado clavar levemente su estoque de hielo en el costado izquierdo de la lyncida, causando una herida que no aparentaba ser grave.
Una suave nevada caía sobre ellos, y la profunda mirada de Elvashak se había detenido a pocos centímetros de distancia de los coloridos ojos de Mekb que la miraban con valentía, dibujando un monumento de hielo que reflejaba el intenso y ferviente combate.
[…]
«???: Gracias…»
«???: ¿Por?»
«???: La locura consumió lo que quedaba de mi… los motivos por los que seguía viva no me pertenecían, y sólo fui una herramienta desechada por un ambicioso deseo de quien seguí con lealtad, y a cambio me arrebató todo lo que amaba… pero tu espada me dio un suave final, y ahora, aquí soy libre y puedo verlas de nuevo…»
«???: No… yo-yo lo sie-»
«???: No debes disculparte… sólo protegías a los tuyos y fuiste un digno rival, y aun perdiendo toda mi humanidad, debo reconocer tu valentía y poder… ¿podrías decirme tu nombre?»
«???: M-Mekb Vasvat, primer caballero de Gémini».
«???: Es un honor, Mekb de Gémini… y de nuevo, gracias».
El caballero observó cómo se perdía aquella hermosa mujer de cabello naranja, mientras se reunía con sus cuatro compañeras.
«Mekb: El honor es mío…»
[…]
«Alhena: Ohh… el perro faldero usó el canto de congelamiento… No pensé que llegara hasta el punto de sacrificarse, sin tener en cuenta que dejó expuesta a su adorada señora a un peligro más grande» - dijo sonriendo.
«Alzir: Cada momento tiene su héroe…»
«Alhena: No vengas ahora con tus tonterías poét-» el brillo de la espada larga que estaba clavada en el suelo interrumpió las palabras de la sacerdotisa.
Mebsuta, la hoja de fuego del paladín alumbró con su fuego naranja y derritió el hielo que había helado cada célula de Mekb, dejando sólo a Elvashak congelada en el aire. La nieve se desvaneció mientras el paladín, con el rostro adornado por algunas lágrimas, observaba a la lyncida.
«Mekb: El llanto innecesario de quien pierde lo que ama terminó naufragando en el inmenso océano de la codicia de quien ella admiraba» - dijo con melancolía.
«Alzir: ¿A qué te refieres?»
«Mekb: Pude ver el último pensamiento de quien antes fue una poderosa mujer que sólo buscaba cumplir con su señor y obtener lo mejor para su grupo, pero terminó siendo usada y acorralada hasta convertirse en una bestia» - respondió - «Que los astros guíen tu camino, valiente guerrera».
El herido y cansado paladín guardó sus armas y se dispuso a darle una suave caricia a la cabeza de aquella bestia, pero sin que nadie esperara, Alhena se interpuso entre ellos, y con un fuerte golpe mandó a volar a Mekb, que fue lanzado hasta la pared del otro extremo del gran salón.
«Alhena: ¡¡Sólo eres una inútil y tonta bestia!!» - le gritó a Elvashak - «Un inservible animal que ni siquiera fue capaz de vencer a ese idiota… tú y tu grupo no merecían seguir vivas».
«Mekb: A-aléjate de ella…» - le reclamó a la sacerdotisa.
Alhena lo miró con furia y le lanzó una espina de cristal que se incrustó en su hombro derecho y lo dejó clavado contra la pared.
«Alhena: ¡¡SILENCIO!!» - respondió - «No puedo creer que estas tontas no hayan hecho un trabajo tan simple y ahora yo deba ensuciarme. Debería matarlos a todos y dárselos de comer a mis pequeñas mariposas, empezando por esos mocosos…» - se decía a sí misma.
Mientras seguía balbuceando sus reclamos, el aleteo de sus mariposas se hacía más intenso y violento, aturdiendo a todos en aquel lugar. Los chicos miraban atemorizados la confusa actitud de la sacerdotisa, pero el terror los había paralizado en aquel sitio. Con un violento movimiento de su mano, la sacerdotisa impactó el congelado cuerpo de la lyncida destrozándolo en mil piezas de hielo. Sus mariposas se acercaron rápidamente y se las comieron, eliminando todo rastro de su existencia.
Luego de unos segundos, las mariposas se detuvieron y quedaron suspendidas en el aire, y un sepulcral silencio se posó a su alrededor, mientras ella observaba fijamente a Alzir.
«Alhena: Mi turno» - le dijo sonriendo.
Extendió su brazo izquierdo hacia el lado, y al abrir su mano, las mariposas blancas rápidamente formaron su distintivo báculo, al tiempo que las mariposas naranjas se transformaron en nueva espada de cristal esmeralda que sostuvo con su mano derecha.
«Alhena: Primer canto animal: Therion».
Su brillante capa verde se rasgó en la parte de su espalda, dando lugar a la salida de dos inmensas alas naranjas con líneas negras en sus bordes, que formaban una imagen aterradora que exhibía el inmenso y violento poder que había desatado aquella mujer.
«Alhena: ¿Nervioso?»
«Alzir: Sólo estoy algo… sorprendido» - contestó - «No es usual encontrarse con tal dominio de un canto».
«Alhena: Me honra que lo aprecies, viejo “compañero”. Eres el primero que puede ver la Bendición de la Mariposa Monarca».
Sus inmensas alas se movieron para impulsar a la sacerdotisa y lentamente se elevó, emitiendo una gran onda de aire con cada aleteo. Alzir era consciente de que el poder de Alhena estaba muy por encima del que había mostrado Elvashak antes, por lo que sólo esperaba con cautela mientras sujetaba su báculo y se preparaba para la cruenta batalla que estaba por enfrentar.
«Alhena: ¡Bien!» - le dijo con una terrorífica sonrisa - «Es hora de que mueras».
…